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domingo, 28 de agosto de 2011

Max von Pettenkofer



El heroísmo científico de Max von Pettenkofer

Autor: Lic. José Antonio López Espinosa
Centro Nacional de Información de Ciencias Médicas
Calle E No. 454 entre 19 y 21, Vedado.

El 7 de octubre de 1892, un anciano llamado Max von Pettenkofer, nacido 74 años atrás en Lichtenheim, en el valle del azul Danubio en Bavaria, realizó sobre sí mismo un experimento con el objetivo de confirmar una suposición que refutaba una teoría generalizada. Después de un tiempo de indecisión y de tanteos adolescentes, el joven Pettenkofer estudió medicina y una vez graduado, se dedicó a la investigación de los problemas de higiene y epidemiología en las ciudades. Como resultado de sus estudios, dictó incontables conferencias acerca del valor del agua pura, del aire fresco y de los parques, a los que consideraba pulmones de las ciudades en la preservación de la salud pública. Su perseverancia científica lo llevaron a hacer importantes descubrimientos, tales como el de la reacción química de las sales biliares y del anhídrido carbónico en el agua y en el aire. Por otro lado, sus estudios y enseñanzas dieron a la higiene la categoría de ciencia independiente.


En 1883 el científico alemán Robert Koch afirmó haber descubierto el bacilo productor del cólera, que por entonces hacía estragos en Alemania. Tiempo antes ya Pettenkofer se había referido a la existencia de ese microbio, e incluso había aclarado que la causa del cólera no sólo había que buscarla en su entrada al organismo humano, sino también en circunstancias de carácter higiénico. Otros hombres de ciencia, al ver que el bacilo se podía descubrir en el cuerpo y en las deyecciones de los individuos que contraían la enfermedad, insistían en que ella se desencadenaba al momento de la ingestión de alimentos o de agua contaminada. Fue entonces que Pettenkofer hizo alarde de heroísmo científico, cuando quizo demostrar lo erróneo de esa teoría con el experimento hecho sobre sí mismo.

Para realizar la prueba, el anciano obtuvo un cultivo en agar de bacilos coléricos, extraídos de las deyecciones de un individuo fallecido a causa de la epidemia de cólera reinante en Hamburgo. En presencia de amigos, discípulos y émulos científicos, depositó un centímetro cúbico de líquido del cultivo en un vaso. La luz se quebraba sobre el turbio fluido, dentro del cual se movían los bacilos que hicieron sangrar los intestinos del paciente de Hamburgo y lo llevaron a la muerte. Los bacilos eran bastantes como para infectar de cólera toda una colectividad humana. A fin de neutralizar la acidez de su estómago y de evitar todo lo que pudiera estorbar la acción de los terribles microbios, el valiente científico bebió primero una solución de bicarbonato de sodio. Acto seguido y, sin vacilar un instante, ingirió un trago del cultivo de bacilos de cólera.

Esta experiencia -a la que sobrevivió Pettenkofer, sin más que una leve alteración intestinal- no sólo sirvió para confirmar su suposición, sino también para dotar a Munich de agua pura desde un lago en la montaña. Tal medida salvó a la ciudad del tifus, endémico entre los bebedores de agua, pues sólo escapaban a la afección los adictos a la cerveza.

Acerca de su acto heróico, Pettenkofer escribió: "Aunque hubiera fallecido como resultado del experimento, habría mirado a la muerte con serenidad, por no haber sido mi acción una locura o un suicidio. En ese caso, se habría tratado de la muerte de un soldado en el campo del honor al servicio de la ciencia. Salud y vida son dioses grandes, pero no los principales para el hombre, que si desea elevarse sobre los animales, debe entonces sacrificar aquéllos por ideales más altos".

La noche del 10 de febrero de 1901, este médico e higienista tan genial en su ciencia como devoto servidor de la humanidad, vivía el trágico instante de dar cara a su pasado. Después de una vida consagrada al estudio y pletórica de acciones para beneficio de sus semejantes, el anciano, ya con 83 años y en la espantosa soledad de quien ha visto morir uno tras otro todos los miembros de su familia, no hacía otra cosa que meditar. Ya su nombre era mundialmente célebre y a él le restaban, según la ley biológica, algunos años de existencia gloriosa y serena a la luz de su destacado trabajo. Pero la vida pesaba demasiado y los muertos queridos le llamaban desde las sombras. Entonces fue que el hombre que jamás le temió a la muerte, apuntó una pistola hacia sí mismo y apretó el gatillo.

Otra faceta digna de la vida de este científico fue su dedicación al ejercicio de la enseñanza, desde donde fue también propulsor de la higiene. En Munich impartió Química Dietética (1847) e Higiene (1853). Allí se fundó también, en 1875, el primer Instituto de Higiene bajo su dirección. En 1883 obtuvo el título de noble y en 1889 fue nombrado Presidente de la Academia Bávara de Ciencias.

Max von Pettenkofer es considerado con justicia padre de la higiene experimental. La decisión y constancia con que encaminó su vida científica hacia la investigación de los problemas de la salud, lo ubican entre los más grandes higienistas del siglo XIX. La labor de este ilustre sabio alemán cobra aún mayor mérito, en virtud de que fue esa centuria abundante en descubrimientos en el campo de la higiene, promovidos por la pléyade de bacteriólogos que entonces actuaron. Por otra parte, este benefactor de la humanidad dio, con el hecho aquí narrado, un bello ejemplo de heroísmo y de bondad para con sus semejantes.

Bibliografía
 
Albrecht B, Albrecht G. Diagnosen. Berlin: Buchverlag Der Morgen, 1981:229, 231, 642.
Asimov I. Max Joseph von Pettenkofer. En: Asimov's Biographical Encyclopedia of Science and Technology. Garden City: Doubleday, 1982:397-8.
Borroto Mora A. Pettenkofer. Arte y Medicina 1956;4(23):43-4.
Martí Ibáñez F. Gloria y tragedia de Pettenkofer. Horiz Med 1944; 2(8-9):336-8.